Una cuestión de tiempos
La dirigencia especula con que el Mundial, las Fiestas y las vacaciones desplazarán la agenda política hasta marzo. Sin embargo, la tolerancia de la ciudadanía no debería darse por sentada
Si hay algo que comparten tanto oficialismo como oposición es el permanente estado de confrontación interno que, plasmado en constantes peleas, guerras de egos, operaciones mediáticas, críticas cada vez más feroces, desavenencias, desconfianzas y rencores entre sus principales referentes, no sólo amenaza con la propia integridad de ambas coaliciones sino que también profundiza el clima de opinión negativo en relación a la clase dirigente argentina.
Mientras la brecha de confianza que separa a la clase dirigente de amplios sectores de la sociedad no deja de ensancharse, y el pesimismo se instala como una percepción generalizada que va acompañada de emociones como tristeza, enojo, desilusión, frustración o desasosiego, las agendas de los políticos continúan a todas luces alejadas de los problemas reales de los ciudadanos de a pie. Son cada vez más los ciudadanos que, además de estar muy preocupados por la profunda y persistente crisis que golpea fuertemente sus economías domésticas, están cansados de las peleas, las diatribas y las mezquindades de los dirigentes que pretenden representarlos.
La clase dirigente no pareciera tomar nota de ello. Al menos, su accionar da cuentas de -a esta altura- una cuasi suicida tendencia a la procrastinación y la endogamia. Por lo bajo, muchos dirigentes incluso justifican este comportamiento y lo atribuyen a lo que consideran son los lógicos reacomodamientos, reconfiguraciones y posicionamientos preelectorales.
A esta altura está más que claro que no es Sergio Massa el único dirigente obsesionado con ganar tiempo. Quienes tienen ambiciones electorales tanto en el oficialismo como en la oposición también especulan con los tiempos. En este sentido, se ilusionan con que el próximo mundial de fútbol que en apenas unos días comenzará en Qatar, y con una buena performance de la albiceleste comandada por Messi, que desplace a la política -es decir, a esta política “caníbal”- del centro de gravitación de la agenda. Tras el mundial, la navidad, las fiestas de fin de año, y el verano, la política -desde el punto de vista electoral- comenzaría a “ordenarse” en marzo próximo.
Esta suerte de voluntarismo choca, sin embargo, con la gran incertidumbre reinante y las constantes amenazas contingentes. Por ello, frente este curioso optimismo, una pregunta inevitable se impone: ¿los tiempos de la gente son los mismos que los tiempos de la política? Un interrogante que da cuentas de la dimensión del riesgo que asume la dirigencia política en esta encrucijada histórica: en un escenario de desafección y negatividad creciente, con una economía real que no muestra signos de recuperación, la tolerancia de la ciudadanía no debería darse por sentada.
La crisis que el país arrastra desde abril de 2018 no dará treguas, por más gambetas y genialidades de nuestro astro del fútbol mundial, festividades y vacaciones de verano. La combinación de una inflación anual de tres dígitos con el estancamiento económico -por ende, sin creación de empleo- continuará horadando el clima de opinión y las expectativas negativas de los ciudadanos de a pie. La meteorología tampoco ayuda, con una sequía que ya llegó a niveles alarmantes y ya afecta las perspectivas de siembra para la próxima cosecha. Una “tormenta perfecta” para las ya escasas reservas del Banco Central. Ni hablar de la conflictividad social y gremial creciente: los sindicatos pujarán por paritarias más cercanas a la inflación, mientras los movimientos sociales resistirán la quita de subsidios y reclamarán por más ayudas. Todos movimientos que contribuyen al clima de crispación.
La falta de respuestas a las demandas más urgentes, a la vez que se intensifican las tensiones político-institucionales, deja así cada vez más expuestas las diferencias al interior de la clase dirigente. En el oficialismo, la cada vez más virulenta guerra de facciones internas, suma dificultades adicionales a la gestión de Massa, que sabe que conforme se vaya perfilando aún más el proceso electoral, deberá inevitablemente lidiar con la pirotécnica verbal de la vicepresidenta.
Hablando de la Vicepresidenta, hay otro factor que podría acelerar los tiempos y alterar los planes de muchos oficialistas y opositores: el frente judicial. Hay quienes sostienen que una hipotética condena podría convertirse en la “chispa que encienda la pradera”, y forzar un reordenamiento de fuerzas. Un efecto similar podría tener un posible cambio en el sistema electoral, eliminando las PASO a pocos meses de su potencial celebración.
La principal coalición opositora, al menos por ahora, se mantiene unida. Más que nada como consecuencia de los “errores” y peleas en el oficialismo que por mérito propio. Es que Juntos por el Cambio se siente tan cerca del poder que sus principales presidenciables parecen estar dispuestos a todo para no resignar sus chances de sentarse en el “sillón de Rivadavia”. Ello explica, en gran medida, la virulenta pelea entre Rodríguez Larreta y Bullrich, las especulaciones de Macri, y los enfrentamientos con los radicales y entre los propios correligionarios. Es que el balance, para los principales actores del espacio, es que hay mucho por ganar, y poco para perder.
Así las cosas, habrá que ver si los tiempos de la política coinciden con los tiempos de la gente. A la luz de los acontecimientos recientes, la incertidumbre y los enormes desafíos que arrecian, parece difícil que “llegar a marzo” sea un escenario probable.///
Por Gonzalo Arias – Sociólogo