La pandemia de la soledad
El Covid no sólo impactó en el sistema sanitario, también modificó hábitos que nos definían como sociedad
Por Juan Alberto Yaria (*)
Colaboración
Son tiempos de muerte, dramas, desesperación y también de resurrección cuando todo parecía perdido. El Covid y sus secuelas instala una cercanía necesaria en donde acompañar y “estar ahí” se hace clave. Esperar a otro en un consultorio o en un grupo terapéutico es acoger sus demandas, quejas, preguntas, dolores, ansiedades, remordimientos, culpas.
Una historia de vida que se despliega como un guion de una novela que al principio se resiste a ser contada con verdad o que de entrada aparece con la cruda realidad de un sí mismo extraviado.
Hoy la experiencia de la muerte llama a nuestro sí mismo: compañeros con familiares muertos por Covid, suicidios de gente conocida, comerciantes de años en el barrio que mueren por angustia ante la quiebra económica y que los vecinos colocan una corona de flores en la puerta de su negocio (“Alejandro, té vamos a extrañar después de tantos años”). Consolar a pacientes que tienen familiares con respirador e insuflar la esperanza.
Amigos que mueren por enfermedades claramente vinculadas con el stress (canceres de evolución rápida, infartos masivos, accidentes cardiovasculares). Pacientes que se salvaron y relatan sus experiencias cuando les faltaba el aire.
La soledad del que está solo en una habitación de un centro médico con un oxímetro que mide la saturación de oxígeno que parece operar como un cadalso en donde de acuerdo con los números cambiara o no su lugar.
Familiares que no se pueden despedir de sus padres. Recordemos que en la Antigüedad la muerte era un hecho simbólico notable y era una despedida desde la cama a todos. Se consideraba un dolor inenarrable la muerte solitaria.
El pasaje a terapia intensiva se transforma casi para muchos en una señal de muerte.
Ortega decía que la vocación era la “coincidencia del hombre consigo mismo… la vocación es el quehacer sin el cual no podríamos seguir siendo nosotros mismos”.
Laín Entralgo, maestro de médicos en España y de alcance mundial, refiriéndose a los dichos de Ortega decía que la vocación era el sí mismo en acción siendo lo contrario a la traición en donde el traidor falsea continuamente su sí mismo y accede a otro tipo de muerte que es la “muerte biográfica” distinta a la muerte biológica ya que vive en falso y deja de ser mismo.
Vivimos un tiempo de prueba en donde debemos dar y donar con esencial gratuidad. Son momentos de un cambiante “claro-oscuro”; ahí debemos pensar que el claro oscuro nos sirve para ver, no para no ver. Por momentos predominan las tinieblas sobre la luz y el desengaño sobre la ilusión. Y en otros la luz y la claridad.
Ahí la espera se hace angustiosa y en otros momentos surge la desesperación. Muchos no resisten este tiempo de prueba, en muchos casos con morbilidades y anomalías psiquiátricas que le impiden vivir o que muestran las dificultades para vivir se suicidan (hemos visto estos hechos en estos meses) o tienen intentos de suicidio que son un llamado a la esperanza y por ende a otros para que la ayuden.
El desesperado que huye
Una mama me dice que no pueden vivir en un barrio del AMBA porque el trabajo (¿?) más lucrativo es vender drogas. El narco domina manzanas de muchos barrios y es un espejo identificatorio para muchos jóvenes sin escuela ni trabajo. Coches suntuosos se convierten en el signo de lo fatuo y lo apetecible. La visita a la casa es la visita a un “campo minado” para una persona en un tiempo de cambio o sea de rehabilitación.
El oficio narco lucra con la desesperación de miles en estos tiempos de prueba. Ofertan pasajes de huida (eso sería drogarse) a miles de personas aprovechándose de la orfandad de sentido y de proyecto con un amparo casi inexistente.
Aumentó la venta de tranquilizantes legales y ni hablar de los ilegales.
No hay nada peor que no saber qué va a ser de mí, es no saber sobre su futuro. Es la “nada” misma; o sea otro tipo de “muerte biográfica”. Cuando el paciente puede expresar esto aparece la esperanza y la necesidad de un cambio. Lo entrevió magistralmente Heidegger en el “Ser y Tiempo” cuando decía que estamos arrojados como ser en el mundo y hacia la muerte; pero ahí mismo nuestra existencia que se topa con la nada despierta al ser.
Tiempo de cambios
Lo fatuo parece caer. Las protecciones narcisistas y nuestro Ego inflamado ya parecen no servir. Son tiempo de creer, de vocación como decía Ortega o como nos enseñaba Scalabrini Ortiz: “Creer, creer, creer he ahí la magia de todo”.
Todo esto necesita transmisión, transmisores. Maestros. La cultura del zoom por momentos ya esclaviza. Lo sienten los estudiantes de Medicina y Psicología. ¿Cómo aprender desde un zoom? Son los pacientes los que nos enseñan en carne y hueso con la voz atenta de un ateneo de profesores y compañeros que despejan dudas con distintas perspectivas que suman para entender una dolencia y un proyecto de vida frustrado por la enfermedad.
La Medicina y la Psicología se aprenden a través de un saber milenario que se transmite de generación en generación con la figura del maestro que ha dedicado con vocación su vida a esta tarea. Vivir el padecimiento humano es estar al lado de la cama del paciente o al lado de el en un grupo. No es el producto de un Power Point enseñado por un Zoom.
Los niños, a su vez, necesitan del aula y ver los gestos del maestro y sus enseñanzas. El recreo es escuela de vida.
Ojalá todo esto nos lleve a estar más cerca del otro; los vínculos son la clave. La enfermedad y su rehabilitación es una narración y no se puede encarcelar en un PowerPoint. Ahí en la cercanía surge la esperanza. La sala de espera es la sede la esperanza.///
(*) Director General Gradiva – Rehabilitación en adicciones